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Templo de Deir el-bahari

Templo de Deir el-bahari


La presente expresión árabe con que se conoce el enclave significa "el monasterio del norte" y deriva de una antigua comunidad copta que se había establecido en el templo de Hatshepsut, salvándolo de la destrucción completa. El valle, consagrado a la diosa Hathor y destinado a necrópolis ya a partir de la XI dinastía, fue luego abandonado, recobrando todo su esplendor quinientos años después gracias a la obra de la reina Hatshepsut.

Reconstrucción del complejo monumental de Deir el-Bahari. Toda la parte izquierda está ocupada por la necrópolis monumental de Mentuhotep I. Hacia la montaña se levantaba el gran Templo de Tutmosis III: tenía la fachada con una serie de columnas, una gran sala hipóstila elevada en el centro y, por último, el santuario tetrástilo; de todo el templo no quedan más que los cimientos y fragmentos de los hermosos bajorrelieves pintados, conservados hoy en el Museo de Luxor. Toda el área de la derecha está ocupada por el templo de la reina Hatshepsut. Consiste en dos inmensas terrazas que preceden a una tercera, sobre la que se yergue el templo propiamente dicho. De este complejo, en la reconstrucción, se muestran las dos últimas terrazas.


Templo de Deir el-bahari en Egipto


Antiguamente la primera terraza estaba cercada por pilónos y se accedía a ella tras recorrer una avenida de esfinges y obeliscos. El fondo de la misma está cerrado por un pórtico de pilares y columnas; en la pared del fondo, escenas de acarreo y erección de un obelisco. Una rampa lleva al segundo rellano donde, en el ángulo de la derecha, se levanta un hermoso pórtico de columnas protodóricas. La segunda terraza está cerrada por un pórtico formado por una doble hilera de pilares; en la pared, escenas de la vida de Hatshepsut describen su nacimiento y las expediciones que la soberana envió al misterioso país del Punt. En el ángulo noreste se observa el pequeño templo de Anubis, perfectamente conservado, con sala hipóstila y tres capillas.


Hacia el suroeste, internamente, el templete dedicado a la diosa Hathor, con dos salas hipóstilas contiguas y de columnas hathóricas; la segunda sala está decorada con la representación de las fiestas en honor de la diosa. Alfindo, excavada en la roca, la capilla con escenas de la reina adorando a Hathor en forma de vaca; en algunas escenas aparece el gran arquitecto Senenmut, creador del gran templo. Sobre la última terraza, todavía pórticos con pilares y una hermosa puerta casi intacta en el centro. Sigue un vasto patio con doble hilera de columnas todo alrededor. A la derecha, el templo solar de Ra-Horakhty; a la izquierda, la capilla dedicada a Tutmosis I, padre de la soberana; en el centro, el hipogeo de Hatshepsut con espléndidos bajorrelieves pintados que representan sacrificios de toros y antílopes.

Templo de Kom Ombo

Templo de Kom Ombo


Situada entre Edfu y Asuán, Kom Ombo es la antigua Pa-Sobek, es decir "la casa de Sobek", el dios cocodrilo venerado desde antes de la primera dinastía.


En Kom Ombo hay imponentes vestigios de un templo de planta única en su género: trátase en efecto de un templo doble, formado por dos tem­plos yuxtapuestos. El templo de derecha es dedi­cado a Sobek, el dios de la fertilidad, considerado también el creador del mundo; el de izquierda es dedicado a Haro-Eris, vale decir "Horus el Grande", el dios solar guerrero. También este templo fue construido por los Ptolo-meos, quienes una vez más readaptaron completa­mente un templo antiguo edificado por Tutmosis III.

TEMPLO DE KOM OMBO EN EGIPTO

Los dos templos estaban rodeados por una muralla con dos portales que se abrían hacia el Nilo. En la sala hipóstila, a más de dos hileras de columnas, había una hilera central que dividía los dos templos en forma muy original. Al contrario, los santuarios internos eran comple­tamente separados por medio de una doble pared.

Templo de Ramesseum

Templo de Ramesseum


Ramesseum es el nombre que se le dio en el siglo pasado al tem­plo complejo que Ramsés II mandó construir entre el desier­to y el pueblo de Gurnah. Al mismo Diodoro de Sicilia le había admirado la complejidad y la magnificiencia arquitectó­nica del edificio. Desgraciada­mente, sólo pocas ruinas quedan hoy del templo: los pilares de la fachada de la sala hipóstila, a los que se apoyan las estatuas que representan al faraón con los rasgos de Osiris (llamados por tanto pilares osiriacos) y, tal como un enorme gigante derri­bado, la estatua de sienita de Ramsés II sentado en su trono, que debía de medir entonces 17 metros de alto y pesar unas 1000 toneladas, y que hoy está hecha añicos.

Las decoraciones que adornan el templo relatan una vez más las hazañas del faraón contra los Hititas. Pero hay también escenas que ilustran las fiestas que se celebraban en el primer mes de verano, consagradas a Min, dios prehistórico de la fecundidad, en honor del cual el faraón debía sacrificar un toro blanco. En una de las murallas de la sala hipóstila hay otra decoración interesante e insólita, en que figuran los hijos y las hijas de Ramsés en procesión de doble fila, alineados según el orden de nacimiento. Al decimoctavo puesto está Mineptah, quien sucederá a Ramsés en el trono egipcio.

Templos egipcios

Templos egipcios


Hacia fines del tercer milenio a.C. se pierden los rastros del espléndido Palacio-castillo, sea como solución estéti­co-arquitectónica, sea como solución volumétrica de blo­que único con el sector destinado a vivienda del soberano y las dependencias de carácter público.

Con el segundo milenio las exigencias se vuelven más complejas; el impe­rio cada vez más vasto exige mayor prestigio e instrumen­tos directivos más articulados. Todo el palacio está ahora destinado a sede oficial del rey y de su corte. Sede del po­tente señor del mundo, del dios en la tierra, la mansión se vuelve similar a un templo.


Principales templos egipcios


La sala central es ahora una sa­la hipóstila, es decir, una "selva" de gigantescas columnas que conduce a la sala del trono, también columnada.


Al la­do se abren el "Salón de fiestas" y los locales accesorios para la corte y los servicios; delante, un gran atrio con co­lumnas o pilares. Toda la riqueza y la monumentalidad del conjunto se concentra en el eje que va desde el atrio de en­trada hasta la sala del trono. Todo está distribuido ahora como en el templo, donde en lugar de la sala del trono se encuentra la capilla de la divinidad.

Templo Abu Simbel

Templo Abu Simbel


A trescientos veinte kilómetros de Asuán, en el territorio de Nubia, se alza el templo de Abú Simbel, la más bella y más capri­chosa construcción del más grande y más caprichoso faraón de la historia egipcia: Ramsés II el Grande. En realidad, aunque es dedicado a la tríada de Amón-Ra, Harmakis y Ptah, el templo fue sólo construido para glorifi­car, a través de los siglos, la memoria de su constructor. El templo de Abú Simbel fue un desafío para los arquitectos del faraón, tal como lo fue unos tres mil años más tarde para los inge­nieros del mundo entero, que debían salvarlo de las aguas del Nilo.

En aquel lugar perdido del desierto de Nubia los 38 metros de fachada y 65 metros de pro­fundidad del templo fueron todos sacados de una sola masa rocosa. Una "multitud de obre­ros hechos cautivos a punta de lanza", a las órdenes del jefe de escultores, Piai (así recordado en el interior del templo), escul­pió la extraña fachada: cuatro estatuas colosales del faraón sentado en su trono (20 metros de alto, 4 metros de una oreja a la otra, labios de 1 metro de largo), que no son sólo los símbolos de los atributos de Ram­sés, sino también y principal­mente, las columnas que sostie­nen la fachada, alta 31 metros.


HISTORIA DEL TEMPLO ABU SIMBEL


Después de los labradores de piedra y de los escultores, los pintores pusieron mano a la obra; pero el tiempo ha borrado por completo las decoraciones que entonces debían de ofrecer una extensa gama cromática. Penetrando en el corazón de la montaña, se llegaba al santuario en que tenían su morada la tríada a la que el templo estaba consagrado y el mismo Ramsés. Es allí donde se realizaba el así llamado "milagro del sol". Dos veces al año, el 21 de Marzo y el 21 de Septiembre, a las 5 horas 58 minutos, un rayo de sol atra­vesaba los 65 metros que separa­ban el santuario del exterior e inundaba de luz el hombro izquierdo de Amon-Ra. Unos minutos más tarde el rayo cam­biaba de sitio, concentrándose sobre Harmakis. Allí se que­daba unos veinte minutos, para luego desaparecer; y es un hecho realmente singular que nunca la luz rozara a Ptah, que en efecto es el dios de la obscuridad. La decoración de las paredes del templo celebraba la gloria mili­tar de Ramsés II. El poeta Pentaur, agregado a la corte de Ramsés II, compuso un largo poema sobre la expedición del rey a Siria, cuyo texto jeroglífico está aún grabado en los muros de los templos gigantescos de Carnac y de Luxor.


En el curso de las largas guerras que sostuvo contra los Khetis, una tribu belicosa de Siria que combatía en carros y se había aliado con veinte pueblos veci­nos, demostró Ramsés frente a su ejército su excepcional valor guerrero.


Los hechos acaecieron durante el quinto año de su reinado. El rey, a la cabeza de sus tropas, avanzaba hacia la ciudad de Atech o Kuotchu, la antigua Emeso, al noreste de Trípoli de Siria.


Engañado por falsos prófugos (beduinos que el príncipe de los Khetis empleaba como espías), cayó en una emboscada y viose de repente rodeado por el ejér­cito enemigo. Ramsés quedó solo con su guardia personal, compuesta por sesenta y cinco carros, frente a una multitud de enemigos que contaban con más de dos mil carros de guerra. "Entonces", dice el poeta cele­brando la gloria de su señor, "irguiéndose en toda su esta­tura, el rey viste la fiera arma­dura de combate y con su carro tirado de dos caballos lánzase en lo más recio de la contienda. ¡Estaba solo, muy solo, sin nadie junto a él!... Sus soldados y su séquito le miraban desde lejos, en tanto que atacaba y defendíase heroicamente. ¡Le rodeaban dos mil quinientos carros, cada uno con tres guerre­ros, todos apremiándose para cerrarle el paso! ¡Solo e intré­pido, no le acompañaban ni príncipes, ni generales, ni solda­dos!...".

Museo de El Cairo



Museo de El Cairo


El imponente edificio en el que está instalado el Museo Egipcio de El Cairo, en Midan el-Tahrir, fue proyectado por el arquitecto francés Marcel Dourgnon. El Museo reú­ne hoy la colección de arte egipcio más importante del mundo.


El interés de los europeos por las antigüedades egipcias empezó a despertarse a partir del siglo XVIII: la campaña napoleónica y los dieciocho volúmenes de la "Descripción de Egipto" publicados entre 1809 y 1816 dieron un enfo­que rigurosamente sistemático al estudio de la civilización egipcia y aumentaron los apetitos de aquellos que ya habí­an empezado a coleccionar objetos antiguos.


Entre los primeros coleccionistas de objetos egipcios fi­guran los agentes consulares de los distintos países euro­peos acreditados en Egipto a principios del siglo XIX., quienes luego vendieron las valiosas piezas a los grandes museos egiptológicos de Europa, como los de Turín (Ita­lia), París, Londres y Berlín.


Museo de El Cairo en Egipto

Para el patrimonio artístico y arqueológico del país se trataba de un grave e irreparable daño: tanto que ya en 1830, un estudioso de la talla de Champollion aconsejó a Mehemet Alí la institución de un servicio oficial que tute­lase y conservase los monumentos. Este permisivismo pa­reció cesar en 1834, cuando a orillas del lago Ezbekiah se fundó un primer museo y los objetos empezaron a ser ca­talogados. Este primer núcleo fue pronto trasladado a una sede adecuada, emplazada en la Ciudadela de El Cairo: eran todavía tan pocos los objetos hallados, que fueron reunidos en una sola sala. Aquí los vio, en 1855, el archi­duque Maximiliano de Austria, de paso por El Cairo, quien le pidió al jedive Abbas que le regalara algunas pie­zas antiguas: el soberano le donó todo lo que esa sala con­tenía. Y fue así que el primer Museo Egipcio de El Cairo, el original, se puede admirar hoy... en Viena.


El 1º de junio de 1858 Auguste Mariette, uno de los di­rectores del Museo del Louvre, enviado a Egipto a recoger antigüedades, fue nombrado Director de las excavaciones. Las numerosas presiones sobre el jedive Said para que protegiese los monumentos egipcios, así como el apoyo influyente del cónsul general de Francia y de importantes hombres de negocios de ese país, hicieron que se le con­cediese a Mariette el uso de la vieja sede de una compañía de navegación fluvial emplazada en Bulak, un arrabal de El Cairo. El arqueólogo francés fundó allí el Museo Na­cional, el primero del Oriente Medio: la inauguración ofi­cial tuvo lugar el 18 de octubre de 1863. En 1891 las co­lecciones fueron trasladadas al Palacio de Gizeh y por úl­timo, en 1902, a este Museo donde todavía hoy se encuentran.

Museo de Luxor

Museo de Luxor


Creado recientemente, el Museo de Luxor conserva numerosas obras interesantes. La más curiosa es la reconstrucción de una pared de 18 metros pertene­ciente a un templo hecho cons­truir en Tebas por Akhen-Atón

Los doscientos ochenta y tres bloques de que consta llenaban el entrepaño del noveno pilón del templo de Amón en Carnac. Su decoración comprende cien­tos de pequeñas escenas que representan trabajadores de los campos, artesanos atareados en quehaceres varios, el rey y la reina Nefertiti adorando el Sol.


A la entrada del museo se puede admirar en una vitrina la repro­ducción de una elegante cabeza de buey de madera dorada.