Valle Deir El-Bahari
Mil doscientos años después de Imhotep, he aquí aparecer otro arquitecto en la historia egipcia, Senen-Mut, y surgir otra obra maestra. La reina Hachepsut, más inclinada a proteger las artes que a conducir campañas militares, mandó construir un monumento funerario para su padre Tutmosis I y para sí misma. Eligió para ello un valle inaccesible, antaño consagrado a la diosa Hathor y luego abandonado. La genial intuición de su ministro y arquitecto fue la de aprovechar en todo su dramático esplendor el escenario de rocas que se alza al fondo del valle. La concepción del monumento era nueva, revolucionaria.
Se alcanzaba al santuario a través de un conjunto de terrazas unidas por rampas una a otra. Una avenida flanqueada por esfinges y obeliscos permitía acceder a la primera terraza, cerrada al fondo por un porche del que salía una rampa que iba a la segunda terraza, ella también cerrada por un porche. En una de las paredes aún quedan hermosos bajorrelieves con escenas del nacimiento y de la niñez de la reina, y de la expedición, militar que la soberana organizó en el misterioso país de Punt. Debía de tratarse de alguna región de África central, por las jirafas, monos, pieles de leopardo y objetos de marfil que allí están representados.
VALLE DEIR EL-BAHARI EN EGIPTO
El otro lado del valle, a la izquierda, estaba ocupado por el gigantesco templo funerario de Montu-Hotep I. En efecto, quinientos años antes que decidiera Hachepsut construir su templo en aquel lugar, el faraón Montu-Hotep I había tenido la misma idea, mandando erigir una tumba que en general aún se adhería a las reglas del Antiguo Imperio pero en cierto respercto anticipaba las del Nuevo Imperio.
Más tarde el templo de la reina Hachepsut fue transformado en un convento cristiano llamado "el convento del norte", el que dio al lugar su nombre actual (Deir el-Bahari). Gracias a la instalación del convento el templo faraónico quedó protegido de una degradación ulterior.
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