header-photo

Castillos egipcios

Castillos egipcios


El primer complejo destinado a residencia oficial y al ejercicio del poder central, es decir, el Palacio del faraón o del príncipe, asume un particular aspecto arquitectónico en las postrimerías del cuarto milenio a.C. y lo mantiene durante casi todo el tercero. Eficaces y de gran belleza son las imágenes en perspectiva de esos monumentales edifi­cios, reproducidas en las tapas de los sarcófagos de fines de la IV dinastía (2620-2500 a.C).


Una idea del sucederse de habitaciones y de patios inte­riores, la hallamos incluso en las construcciones de la pri­mera dinastía, como en la tumba de Aha y, aún más, en la de Udimu (hacia el 2900 a.C).

Este arquetipo de palacio, que dura aproximadamente quinientos años, presenta el característico aspecto de un paralelepípedo rectangular, donde las caras exteriores están animadas por una serie de torres, de modo que entre sa­lientes y entrantes existe una armónica equivalencia; la ma­sa interna está excavada por patios y recintos dispuestos or-togonalmente. Las caras exteriores están adornadas tam­bién con altas lesenas, unidas en su parte superior y a me­nudo coronadas por paneles decorativos y una rica cornisa.


Es interesante notar que esta particular solución arqui­tectónica se observa también en los edificios de Ugarit, Uruk y Mari (en Mesopotamia), en los ziggurat de gradas y en los palacios babilonios; impresionantes son incluso las analogías existentes entre los primeros palacios-templo sumerios y la tumba de Udimu, así como entre el gigan­tesco palacio de Sargón en Korsabad y el complejo de Zo-ser en Sakkarah, analogías que llevan a pensar en la exis­tencia de un modelo común hacia el 4000 a.C.


Los primeros palacios egipcios


El palacio del faraón, vértice de la ciudad y del reino, debía responder a las exigencias reales pero también a las administrativas, de modo que los locales estaban distribui­dos en dos grandes sectores. El primero comprendía las habitaciones destinadas a vivienda del monarca y de su fa­milia; la gran sala de audiencias; la sala del trono; los lo­cales utilizados por el "maestro de palacio", el "custodio de la corona", el "maestro de los dos tronos", y el "jefe del ornamento regio", encargado del complejo ceremonial y de toda la corte real, incluidas numerosas damas de corte y el harén del faraón, a los que se sumaban un ejército de servidores, obreros de palacio, artesanos, artistas, médicos y peluqueros. En contacto directo con las salas oficiales estaban el "Tribunal real" y la "Casa de los trabajos", pre­sidida esta última por el "arquitecto de palacio y cons­tructor de la flota real".


El segundo sector comprendía: la "Casa Blanca" (mi­nisterio de Hacienda); la "Casa Roja" o de la "Eternidad" (ministerio del Culto Regio y Nacional); la "Casa del se­llo real" (ministerio de los Impuestos) con un equipadísi-mo catastro y registro nacional de propiedades; la "Casa del jefe de la armada y del ejército", con cuarteles anejos para la tropa real.


El Tribunal real disponía de secretaría y archivos. El en­juiciamiento comprendía tres fases: petición escrita y do­cumentada; instrucción; juicio en base a las conclusiones de las partes. Las penas impuestas consistían en períodos de detención, apaleamientos y, excepcionalmente, en la condena a muerte por decapitación o ahorcamiento.


Naturalmente, con el fortalecimiento del poder el Pala­cio se enriquece de locales y edificios satélites. A menudo, una sola persona reúne en sí varios cargos. En tiempos de Zoser, por ejemplo, el gran sacerdote Imhotep, hombre re­almente excepcional, desempeña las funciones de médico, arquitecto real y visir.


Con la IV dinastía, el palacio-castillo alcanza su máxi­mo esplendor. Sin duda alguna, estos edificios monumen­tales se desarrollaron en un clima de experiencias arqui­tectónicas, técnicas y artísticas, desconocidas en el resto del mundo. El bloque central presenta un juego de llenos y vacíos, acentuado por saledizos y molduras verticales que, si se los compara con las paredes del mausoleo de Zo­ser, revelan una excepcional evolución arquitectónica y técnica ocurrida en menos de doscientos años.

Decoracion egipcia

Decoracion egipcia


1. Trono. En las representaciones, tanto esculpidas como pintadas, aparece ya a partir del tercer milenio y está destinado indiferentemente a los dioses o a los faraones. Está formado por un plinto puesto sobre una plataforma reposapiés; un almohadón chato y largo recubre completamente el asiento y el bajo respaldo.


2. Mesita. El tablero es deforma circular y se apoya en una sola pata de tipo campaniforme.


3. Silla. El asiento y el espaldar están cubiertos por un almohadón y las patas tienen forma de zarpas de león. Normalmente está acompañada de un reposapiés.


4. Silla plegable. Del tipo de tijera, se usa aún en nuestros días.


5. Pequeña mesa rectangular. Se apoya sobre un soporte de cuatro patas. Usada para juegos de mesa (damas o ajedrez), probablemente tenía también algunos pequeños cajones.

6. Soporte bajo para vasos o ánforas.


7. Soporte alto para ánforas.


8. Cabezal o reposacabezas. A partir del 3000 a. C. se lo usa para dormir, como alternativa a la almohada.


9. Cama. Está formada por un bastidor rectangular de tiras de cuero o de tela, sostenidas por una estructura lateral. En el ejemplo que mostramos, los elementos laterales son dos perfiles de leones estilizados, modelo muy difundido en el segundo milenio.


10. Cofre, utilizado para guardar joyas y otros objetos personales.


11. Arca para guardar vestidos. A veces tiene más de un metro de altura y sus patas están provistas de patines para facilitar su transporte de un local al otro. La ropa también se colocaba en una especie de armario-ropero, con estantes de madera o de obra de albañüería, construidos aprovechando los entrantes de las paredes.

El clima Egipcio

El clima Egipcio


Egipto es como un gran oasis entre dos zonas desérti­cas. Aunque está dividido sólo en dos partes geográfi­cas, teóricamente pueden considerarse en él tres regio­nes: el Alto Egipto, el Medio y el Bajo Egipto. Dos son, en cambio, las estaciones: la cálida, que va de abril a octubre y la fresca, que abraza el período de noviembre a marzo. Pero el campesino distingue tres épocas en el curso del año: la invernal (chetui), la esti­val (sefi) y la de la crecida del río (nili). No se exagera en absoluto afirmando que mucho ha influido sobre la civilización egipcia el clima del país, uno de los más tí­picos de toda la tierra.

Es un clima principalmente sahariano, con precipitaciones atmosféricas casi nulas, cambios bruscos de temperatura del día a la noche. El calor empieza a crecer a principios de marzo: es el mo­mento en que sopla el "qamsin", el viento abrasador que viene del desierto, llamado "cherd" por los indí­genas, "merisi" por los beduinos y simún por los po­bladores del desierto.


EL CLIMA EGIPCIO A ORILLAS DEL NILO


El "qamsin" sopla desde sudsudoeste y es precedido por una violenta caída de la pre­sión atmosférica, a la que de inmediato sigue un rápido aumento de la temperatura: en pocos instantes el termómetro sube de 12-15 grados y el viento del de­sierto trae una nube de polvo impalpable. En el Alto Egipto, sobre todo en Luxor y Filae, el termómetro puede alcanzar 46 y aun 48 grados. Excepto en el lito­ral, el aire en Egipto es muy seco; pero de julio a octu­bre el Nilo trae un volumen de agua tan grande y riega zonas tan vastas que una pesada humedad invade en­tonces la atmósfera.

El Palacio de Akhenaton

El Palacio de Akhenaton


Entre el mundo de las pirámides y el mundo de los templos y santuarios, incluido el de Tebas, se inserta - no sólo geográfica, sino también estilística e idealmente - el de Akhenatón, el "faraón hereje".


Este efímero mundo, que se asoma apenas en la historia de Egipto - pocas décadas frente a más de tres mil años - es ciertamente producto de la fuerza trascendental que arranca de la Esfinge, madura en la experiencia de Imhotep y vuelve a emerger finalmente en las pirámides. Esta aspiración al Dios-Hombre, que se manifiesta como una centella en la conciencia de todos, es la misma que vibra, por siglos, en la intuición de pocos iniciados, y principalmente de los artífices del mundo de las pirámides.


Historia del Palacio de Akhenaton

La revelación de Akhenatón se materializa en la ciudad de Akhetatón, "el Horizonte de Atón ", en Tell el-Amarna y, en particular, en la residencia misma del faraón. Esta casa, como todas las construcciones de la ciudad, no tiene dimensiones colosales ni estructuras que desafíen el tiempo y la naturaleza: está hecha conforme a sus exigencias físicas y espirituales y en estrecha unión con el entorno, pues ha sido concebida para la vida temporal y espiritual del hombre y de su familia.


La residencia privada del monarca se levantaba sobre la Gran Avenida Real, estaba precedida por un jardín distribuido en tres terrazas escalonadas, y una rampa empedrada para los carros, con escalera para los peatones, la conectaba con la vía pública. La mayor parte del área estaba ocupada por un pequeño parque de 3.500 metros cuadrados, sembrado de plantas y flores. Ambos esposos tenían su propio apartamento, compuesto de aposento, cómodo cuarto de baño y guardarropa.


El faraón tenía también un pequeño taller de pintor, donde se han hallado pinceles de fibra de palmera y "lápices" de huesos de pez. Las hijas del monarca tenían seis pequeños cuartos en torno a un patio privado. Todas las paredes, el techo e incluso el piso estaban decorados y pintados con escenas de vida al aire libre entre flores, plantas, animales domésticos y pájaros.