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Isla de Sehel

Isla de Sehel


La primera catarata del Nilo queda a pocos kilómetros de Asuán. Es una amplia extensión de aguas turbulentas, de remoli­nos impetuosos de los que emer­gen numerosas rocas e islotes.

En este minúsculo archipiélago es interesante visitar la isla de Sehel, en que enormes bloques de granito apilados sin orden alguno están cubiertos de imá­genes e inscripciones, algunas de las cuales datan de la VI dinastía y otras alcanzan a la época pto-lemaica.

Estos grabados conme­moran el pasaje de los varios funcionarios reales.

El pueblo de Abidos

El pueblo de Abidos


En la orilla occidental del Nilo se encuentra el pueblo de Arabat el-Madfurnah, literalmente "Arabat el enterrado", así lla­mado porque la arena ha casi del todo sepultado la mayor parte de sus monumentos. Abidos es el nombre que le dieron los Grie­gos a la antigua ciudad de Tis, cuna de las más antiguas dinas­tías y ciudad santa dedicada al culto de Osiris.

El mito de Osi-ris, cuyo centro de difusión fue también el santuario de Busiris (el nombre original Pa-Uzir sig­nifica "casa de Osiris"), alcanzó en Abidos las condiciones más favorables para su plena expre­sión, bien sea a través de la cons­trucción de importantes monu­mentos, o porque era un lugar de romería que todo Egipcio debía visitar al menos una vez en su vida. En el santuario de Osiris se conservaba la más importante reliquia del dios: su cabeza. Según la leyenda, el dios Set mató a su hermano Osiris y des­pedazó su cuerpo en varias par­tes (trece según algunos, cuaren­ta y dos según otros), desparra­mándolas por todas las provin­cias de Egipto.


EL PUEBLO DE ABIDOS EN EGIPTO


La diosa Isis, esposa del difunto, logró reco­brar todos los pedazos y juntar­los en el Osireión de Abidos, menos uno, el falo, tragado por un pez en el lago Menzaleh, cerca de Port Said. Por la fuerza de su amor, Isis pudo resucitar a su esposo, cuyos ojos se abrie­ron y emanaron un rayo con que concibió Isis a su hijo Horus. Es ésta una leyenda que, al menos en lo que atañe al asesinato de Osiris por mano de su hermano, recuerda muy de cerca el episodio de Caín y Abel al principio de nuestra historia sagrada.


Actualmente sólo quedan pocos vestigios del santuario y de la antigua ciudad, en la que todo Egipcio piadoso ambicionaba tener un día su capilla fúnebre o por lo menos una estela conme­morativa. Por el contrario, lo que muy bien se ha conservado y goza hoy de gran renombre por las hermosas pinturas que lo adornan es el palacio de Seti I, el Memnonium, el mismo que Estrabón menciona y define "un palacio admirablemente cons­truido". Fue Augusto Mariette quien dirigió las excavaciones de este palacio, edificado para recordar la romería de Seti I a Abidos. Su construcción, conti­nuada por Ramsés II, hijo de Seti I, no fue sin embargo nunca concluida.

Inmortalidad del alma

Inmortalidad del alma


Todos los libros que tratan de la vida futura, demues-tan con evidencia que la base principal de las creencias de los antiguos Egipcios era la inmortalidad del alma. Así, tanto las pirámides como las mastabas y las tum­bas de los valles fueron todas construidas para alber­gar el alma del difunto. El Ka no es sino el espíritu uni­versal o cuerpo psíquico que anima todo ser.


INMORTALIDAD DEL ALMA EN LA RELIGION EGIPCIA


El cuerpo físico es para la tierra, y el alma es para el cielo; y la humanidad se identifica con su propia conciencia. Tras la muerte terrestre, el alma viene a envolver a la momia transformándose en su Ka, es decir su doble; al paso que el espíritu se transforma en espíritu astral y ambos, Ka y Ba, se unen por medio del cordón de Osiris, espíritu superior, para formar un espíritu solo. Tres substancias, pues, en un solo cuerpo.

Numerosos frescos que representan la inmortalidad del alma y otras escenas religiosas han sido hallados en las casas en que vivían los faraones; y muchas pinturas y decoraciones en los monumentos funerarios y en las tumbas simbolizaban la sobrevivencia del difunto en el otro mundo, o sea la vida eterna. Y por ello eran lla­madas "casas de la eternidad".


También la cruz ansata, o "ank", simbolizaba la vida futura con los tres atributos de paz, felicidad y serenidad.