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La religion egipcia

La religion egipcia


Las representaciones de numerosas divinidades halla­das en los antiguos monumentos de Egipto han dado origen a un gran equívoco en lo que a la religión de los primeros egipcios se refiere. La religión del antiguo Egipto, que pudiera creerse politeísta, era en realidad monoteísta, al igual que todas las grandes religiones del mundo; y hoy día todos concuerdan en considerar a las múltiples divinidades de los templos egipcios co­mo simples atributos o intermediarios del Ser supre­mo, es decir del único Dios, el solo reconocido y ado­rado por los sacerdotes, los iniciados y los sabios que en el templo tenían su morada.

En la cúspide del pan­teón egipcio estaba un Dios único, inmortal, increado, invisible y oculto en las más inaccesibles profundida­des de su íntima esencia. Engendrado por sí mismo desde la eternidad, concentraba en sí todos los atribu­tos divinos. En Egipto, pues, no se adoraban muchas divinidades sino, con el nombre de un dios cualquiera, al Dios sin forma ni nombre. La idea dominante era la de un Dios único y originario, y así lo definíban los sacerdotes egipcios: El que nace de sí mismo, el Prínci­pe de toda forma vital, el Padre de los Padres, la Madre de las Madres; y también decían que "de El nace la esencia de todos los otros dioses", y que "es por Su voluntad que resplandece el sol, la tierra está separada del firmamento y la armonía reina sobre la creación". Sin embargo, para hacer más comprensible al pueblo egipcio la creencia en una sola divinidad, los sacerdo­tes expresaron por medio de representaciones sensibles sus atributos y sus varias personificaciones. La imagen más perfecta de Dios era el Sol, con sus tres atributos principales de forma, luz y calor. El alma del sol fue llamada Amón, o Amón-Ra, que significa el "sol ocul­to". Padre de la vida, todas las otras divinidades son tan sólo miembros de su cuerpo.


Cabe ahora hablar de la famosa tríada egipcia. Según relatan los maestros de esta antigua teogonia, el Ser su­premo, si es único en su esencia, no es tal en su perso­na. No nace de sí mismo para engendrar, sino que en­gendra en sí mismo y es de vez en vez Padre, Madre e Hijo de Dios, y ello sin salir de sí mismo. Estas tres personas son "Dios en Dios" y no dividen la unidad de la naturaleza divina, sino que concurren las tres a su infinita perfección. El Padre representa la energía creadora y el Hijo, siendo un desdoblamiento del Pa­dre, confirma y manifiesta sus eternos atributos. Cada provincia egipcia tenía su propia tríada, y todas las tríadas estaban estrechamente unidas las unas con las otras, de modo que la unidad divina no resultaba menoscabada en absoluto, así como la división de Egipto en provincias no menoscababa la unidad del poder central. La tríada principal, o gran tríada, era la de Abidos y comprendía a Osiris, Isis y Horus. Era la más popular y la más venerada en todo Egipto, pues Osiris era la personificación del Bien y era comúnmen­te llamado el "Dios bueno". La tríada de Menfis com­prendía a Ptah, Sekhmet y Nefertum; la de Tebas a Amón, Mut y Khonsu.


Caracteristicas de la religion egipcia


Sin embargo, la trinidad no es el único dogma que con­servó Egipto de la revelación originaria. En sus libros sagrados se encuentra el pecado original, la promesa de un dios redentor de los pecados, la renovación futu­ra de la humanidad, la resurrección de la carne tras la muerte del cuerpo.


Cada cambio de dinastía se acompañaba de una revo­lución monoteísta en que el Ser supremo iba afirman­do su predominio sobre el fetichismo de las otras divi­nidades. La revolución religiosa de Amenofis IV Ak-henatón fue precedida por la de Menes, sin contar la de Osiris (V milenio a. de J.C.) Según algunos historia­dores, en la época de Osiris, rey de Tebas (4200 a. de J.C), ocurrió un cambio religioso total y este rey, con­siderado el más devoto entre todos, hizo adoptar el monoteísmo en la mayor parte del país. Es el mismo Osiris que, una vez divinizado, presidirá el tribunal su­premo, juzgando el alma del difunto.


Según el rito de la psicostasia (literalmente "pesada del alma", es decir la ceremonia del juicio final), el alma, después de la muerte corporal, era transportada en una barca sagrada que surcaba las aguas de los Campos Elíseos. En tanto que navegaba la barca, se ilumina­ban las zonas donde estaban los espíritus de los repro­bos, que se estremecían de alegría a la vista de aquella poca luz que a ellos ya se les había negado. La barca seguía adelante y después de atravesar la zona más cla­ra que más o menos correspondía a nuestro purgato­rio, llegaba finalmente al supremo tribunal presidido por Osiris y sus cuarenta y dos jueces. El corazón del difunto era puesto en uno de los platillos de una balan­za y en el otro se colocaba una pluma, símbolo de la diosa Maat.


Si en vida había actuado con rectitud, se le juzgaba "justo de voz" y podía participar en el cuer­po místico del dios Osiris; en caso contrario, su cora­zón era devorado por un monstruo con cabeza de co­codrilo y cuerpo de hipopótamo y no le quedaban más posibilidades de vida en el otro mundo. El difunto "justificado" podía ingresar al "Ialu", es decir a los Campos Elíseos. Ahora es natural preguntarse por qué en las pirámides y en las tumbas se han hallado tantos objetos de uso común. No hay que olvidarse que la concepción religiosa fundamental de los antiguos Egipcios era de que la vida humana continuaba por la eternidad, aun después de la muerte física. Pero al otro undo sólo tenían acceso los que aún podían gozar de la posesión de sus bienes terrenales: y he aquí la casa, las vituallas, las bebidas, los esclavos y los objetos ne­cesarios para la vida cotidiana.

Los animales sagrados

Los animales sagrados


A nuestros ojos de hombres modernos el monoteísmo de la antigua religión egipcia puede tomar toda la apa­riencia del fetichismo. Hay que considerar, sin embar­go, que las innumerables representaciones de los dioses del panteón egipcio no son sino evocaciones de los va­rios papeles desempeñados por el Dios único, más bien agentes o figuras del aspecto eterno de la divinidad. Es éste el sentido en que hay que entender el culto que en las distintas regiones de Egipto se rendía al sol, a la tie­rra, al cielo y a ciertos animales. En efecto, sólo en época tardía los dioses egipcios tomaron aspecto hu­mano: al principio se encarnaron en plantas y anima­les. La diosa Hathor vivía en un árbol de sicómoro; la diosa Neith, que parió quedando virgen y que los Grie­gos identificaron con Atenea, era venerada bajo la for­ma de un escudo con dos flechas cruzadas; Nefertum (identificado con Prometeo) tenía el aspecto de una flor de loto.

Pero es sobre todo en forma de animales que los dioses egipcios se manifiestan a sus fieles. Bastan pocos ejem­plos: Horus era un halcón, Thot un ibis, Bast una ga­ta, Khnum un carnero. Y aparte el culto tributado a los dioses identificados con animales, los Egipcios también adoraban al animal mismo cuando éste tenía requisitos particulares o presentaba determinados sig­nos.


LOS ANIMALES SAGRADOS EN LA CULTURA EGIPCIA


Uno de los ejemplos más significativos a este respecto es el culto fastuoso que se tributaba a Apis, el buey sa­grado que se adoraba en Menfis. Para ser reconocido como sagrado, el animal tenía que presentar ciertas ca­racterísticas que sólo los sacerdotes conocían. A la muerte de un Apis, después de ayunar largo tiempo, los sacerdotes se ponían en busca de otro Apis que tu­viera un triángulo blanco en la frente, una mancha pa­recida a un águila en el espinazo y otra mancha en for­ma de creciente en el costado. En Menfis el animal vi­vía en corrales frente al templo de Ptah, el creador del mundo, y allí es donde recibía las ofrendas de sus ado­radores y dictaba los oráculos.


Hasta la XIX dinastía cada buey tenía su sepultura particular. Fue Ramsés II quien más tarde los hizo sepultar en un mausoleo co­mún llamado Serapeyón o Serapeo, nombre derivado del hecho que el Apis muerto, una vez divinizado, se volvía Osiris Apis, o sea Serapis con palabra griega. Siguiendo las precisas indicaciones contenidas en un pasaje de Estrabón, en 1851 el arqueólogo francés Augusto Mariette halló en Saqqarah el legendario Se­rapeo: una vasta y larga galería subterránea que ocul­taba las cámaras funerarias. Allí estaban encerradas las momias de los bueyes sagrados, dentro de sarcófa­gos monolíticos de granito rosado, piedra caliza o ba­salto, que medían 4 metros de alto y pesaban hasta 70 toneladas.


Agradecidos por los servicios que algunas aves presta­ban al agricultor, los antiguos Egipcios las contaban entre los animales sagrados. También en Saqqarah existe una necrópolis de ibis, las más sagradas entre to­das las aves, cuya especie está ahora próxima a la ex­tinción. El ibis debía tener la cabeza y el cuello sin plu­mas, de color negro opaco; las patas debían ser grises con matices azulados y el cuerpo blanco con plumas de color negro-azul que caían sobre las alas. Cuando en vida era consagrada a Thot, el Hermes de los Griegos, y una vez muerta se la momificaba para luego ence­rrarla en cántaros de barro. Un culto muy particular era el que la ciudad de Tebas le tributaba al cocodrilo: allí el animal vivía domesticado y rodeado de la vene­ración de todos, con zarcillos en las orejas y argollas de oro en las patas. Pero no era así en todas las ciuda­des de Egipto. Afirma Herodoto que por ejemplo los habitantes de Elefantina y alrededores no lo considera­ban sagrado en absoluto y no tenían recelos en comer­lo. Un papel importante en la religión egipcia también lo tenía el gato, llamado "miau", palabra onomatopé-yica que ha pasado a otros idiomas y aún hoy indica el maullido de ese animal. La gata, consagrada a la diosa Bast, simbolizaba el benéfico calor del sol: su culto se celebraba principalmente en el Bajo Egipto y la ciudad de Bubastis (hoy Zagazig) debe su nombre a la presencia de un templo dedicado a la diosa.