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Valle de los Nobles

Valle de los Nobles


Las tumbas de los grandes dig­natarios de las dinastías del Medio Imperio están esparcidas en tres territorios contiguos: Asasif, Kokah y Cheik Abd el-Gurnah.


Sus principales carac­terísticas son su extrema simpli­cidad arquitectónica (en compa­ración con las tumbas reales) y una iconografía fresca y ani­mada.


VALLE DE LOS NOBLES EN EGIPTO


Además estas tumbas nos proporcionan preciosos testi­monios, según las funciones y los encargos de los varios digna­tarios, sobre cómo se desarro­llaba la vida de corte en el antiguo Egipto.

Tumba de Kiki:

El "Intendente Real" Kiki fue sepultado en esta tumba, más tarde dejada en abandono y transformada en establo. En uno de los muros está represen­tado el viaje de los restos morta­les del difunto a Abidos. Obsér­vense las plañideras que se lamentan y los esclavos que lle­van tablas sagradas con ofrendas.

Valle de los Reyes

Valle de los Reyes


En las sierras que se extienden al sur de Tebas se abre un sin nú­mero de pequeños valles, el más célebre de los cuales es el Valle de los Reyes, o Valle "de las tumbas de los reyes de Bibán el-Muluk".

Era antaño un desfiladero perdido, una quebrada oculta en medio de las anfractuosidades rocosas; hoy tiene vías de más fácil acceso, pero aún conserva intacto su misterioso poder de fascinación.


Comienza su historia por la decisión improvisa de un fa­raón, Tutmosis I, de separar su tumba del templo funerario y rehusar un monumento sepul­cral fastuoso prefiriendo un lugar secreto, así interrumpiendo una tradición de 1700 años. Su arquitecto, Ineni, excavó para el soberano un pozo en aquel valle solitario y para la sepultura destinó una cámara al final de una empinada escalera tallada en la roca. Fue ésta la planta que adoptaron más tarde todos los otros faraones.

Sin embargo, el reposo de Tut­mosis, como el de los reyes que le siguieron, no duró largo tiempo y la historia del Valle de los Reyes está toda hecha de robos y rapiñas nocturnas a la luz de antorchas. No tratábase tan sólo de ladrones, que ya en la época de los faraones habían organizado saqueos para apode­rarse de alhajas y tesoros, sino también de subditos fieles que, temerosos de que su soberano no estuviera a salvo, lo llevaban a escondidas de una tumba a otra. ¡Fue así como Ramsés III fue sepultado tres veces seguidas!




VALLE DE LOS REYES


Casi todos los pobladores de Gurnah vivían del comercio de las antigüedades robadas. Ya desde el siglo XIII a. de J.C. el saqueo de las tumbas había lle­gado a ser un oficio que el padre transmitía a sus hijos.


En aquel pueblo la familia de Abdul Rasul guardaba un secre­to: la ubicación de una tumba anónima y solitaria, en que esta­ban reunidos los sarcófagos de treinta y seis faraones. Fue sólo en 1881 que el lugar fue revelado después de un largo interrogato­rio y el vicedirector del Museo del Cairo fue conducido a la entrada del pozo. Es difícil ima­ginarse lo que experimentó el sabio cuando la antorcha alum­bró los restos mortales de los grandes faraones de la Antigüe­dad, allí colocados sin orden alguno. A su vista aperecieron Amosis I, Amenofis I, Tutmosis III y Ramsés II. Una semana más tarde doscientos hombres embalaron los sarcófagos y los bajaron por el valle hasta el río, donde esperaba un barco que debía llevarlos al Museo del Cairo. Aconteció entonces un hecho admirable y conmovedor: al anuncio que los faraones abandonaban su sepulcro secu­lar, juntáronse los campesinos y sus esposas en las orillas del río y al pasaje del barco rindieron homenaje a sus antiguos sobera­nos, los hombres disparando salvas al aire y las mujeres can­tando lamentaciones y cubrién­dose la cara de polvo.


Tumba de Ramsés IX:

La tumba es muy interesante por su decoración pictórica de escenas inspiradas en el "Libro de los Muertos", las "Litanías del Sol" y el "Libro de la Duat".


Tumba de Ramsés VI:

De dimensiones reducidas, tiene una pared superior muy her­mosa, en que figuran los dos hemisferios celestes y los dioses estelares en procesión, siguien­do los barcos solares que nave­gan en el Nilo celeste.

Valle Deir El-Bahari

Valle Deir El-Bahari


Mil doscientos años después de Imhotep, he aquí aparecer otro arquitecto en la historia egipcia, Senen-Mut, y surgir otra obra maestra. La reina Hachepsut, más inclinada a proteger las artes que a conducir campañas militares, mandó construir un monumento funerario para su padre Tutmosis I y para sí misma. Eligió para ello un valle inaccesible, antaño consagrado a la diosa Hathor y luego aban­donado. La genial intuición de su ministro y arquitecto fue la de aprovechar en todo su dramático esplendor el escenario de rocas que se alza al fondo del valle. La concepción del monu­mento era nueva, revoluciona­ria.


Se alcanzaba al santuario a través de un conjunto de terra­zas unidas por rampas una a otra. Una avenida flanqueada por esfinges y obeliscos permitía acceder a la primera terraza, cerrada al fondo por un porche del que salía una rampa que iba a la segunda terraza, ella tam­bién cerrada por un porche. En una de las paredes aún quedan hermosos bajorrelieves con escenas del nacimiento y de la niñez de la reina, y de la expedi­ción, militar que la soberana organizó en el misterioso país de Punt. Debía de tratarse de alguna región de África central, por las jirafas, monos, pieles de leopardo y objetos de marfil que allí están representados.


VALLE DEIR EL-BAHARI EN EGIPTO


El otro lado del valle, a la izquierda, estaba ocupado por el gigantesco templo funerario de Montu-Hotep I. En efecto, qui­nientos años antes que decidiera Hachepsut construir su templo en aquel lugar, el faraón Montu-Hotep I había tenido la misma idea, mandando erigir una tumba que en general aún se adhería a las reglas del Antiguo Imperio pero en cierto respercto anticipaba las del Nuevo Im­perio.


Más tarde el templo de la reina Hachepsut fue transformado en un convento cristiano llamado "el convento del norte", el que dio al lugar su nombre actual (Deir el-Bahari). Gracias a la instalación del convento el tem­plo faraónico quedó protegido de una degradación ulterior.