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La ciudades egipcias

La ciudades egipcias


Aproximadamente seis mil años atrás, Ja yida agrícola y comercial de Egipto ya estaba en pleno desarrollo. Nume­rosas aldeas surgían en las márgenes del Nilo, a orillas del Lago de Fayum y a lo largo de los innumerables canales del Delta. Los primeros núcleos organizados - unos dos mil quinientos años antes de que surgieran las ciudades griegas - poseían ya un cerco de murallas cuadradas que encerraba una estructura reticular de casas, apiñadas en torno al palacio del príncipe y al templo del dios tutelar. El palacio del soberano era una ciudadela provista de torres rectangulares altas y con acanaladuras verticales, construi­das al principio con ladrillos crudos y, a partir del 2800 a.C, con sillares de piedra.


Los poblados del Delta son los primeros que se desarro­llan, y con el correr del tiempo se convierten en verdade­ras ciudades comerciales y marítimas. Ciudades que en lu­gar de ceñirse con fortificaciones cada vez más robustas, se abren a los largos muelles donde funcionan los astille­ros, donde hay numerosos almacenes y vastas plazas des­tinadas al mercado. Estas ciudades se expanden veloz­mente en los momentos de prosperidad y prácticamente son gobernadas por los armadores, que truecan sus mer­cancías incluso en las costas del lejano Mar Negro.


En los muelles y espacios comerciales gravita la clase de los mercaderes: allí se levantan sus mansiones, los bancos, almacenes y tiendas. En torno a esta "city" de cinco mil años atrás se extiende una marea de casitas en fila de una sola planta: son las viviendas de artesanos y obreros, con locales para sus pequeñas industrias que elaboran el oro y el vidrio o fabrican cosméticos, telas e infinidad de otros artículos que envían a todas las ciudades de Egipto y del mundo conocido. Fuera de la ciudad nacen imponentes vi­llas con jardín, destinadas a los comerciantes y personajes acaudalados.


Las antiguas ciudades egipcias


Por lo general, los templos principales constituyen un centro autónomo junto al palacio del príncipe, o bien sur­gen como santuarios que luego se convertirán en auténticas ciudades sagradas, en contraposición a las ciudades políti­co-comerciales. Famosas ciudades marítimas y comercia­les, de orígenes antiquísimos, fueron Atribis, Mendes, Bu-to, Sais, Tanis y, por último, Bubastis, junto al canal que enlazaba el Mediterráneo con el Mar Rojo. En el 1500 a.C. - es decir, más de mil años antes de que en el mismo sitio naciera la gran Alejandría - la ciudad de Faros ya tenía un rompeolas (de 2.100 metros de longitud por 50 de ancho) tendido en el mar para ganar 60 hectáreas de dársena, con embarcaderos de 14 metros y, a sus espaldas, una red enor­me de almacenes y áreas destinadas al mercado.


Las ciudades del Egipto Medio y del Alto tuvieron por lo general un desarrollo más lento, ligado a las vicisitudes históricas más que a los episodios comerciales, y por ello se preocuparon por dar mayor altura y espesor al cerco que las ceñía. Las murallas eran casi siempre de ladrillos crudos, de perímetro cuadrado a veces redondeado en las es­quinas, con más de diez metros de altura y un espesor aún mayor. Largas rampas llevaban, desde las calles del pobla­do y desde Jas puertas principales, a los anchos pasajes de comunicación entre trincheras que coronaban todas las murallas. La ciudad era un gran espacio reticulado: casi la mitad del mismo estaba destinada al palacio de los gober­nantes y al templo de la ciudad, con las residencias de los nobles y otros templos menores en torno. La otra mitad de la ciudad era una vasta aglomeración de viviendas y talle­res de una sola planta, conectados entre sí por medio de calles secundarias que desembocaban en las arterias prin­cipales.


En las ciudades que se convirtieron en capitales del rei­no; el conjunto formado por el palacio del faraón se iden­tificaba con la ciudad misma, en una gran composición de templos y edificios para el gobierno y para la residencia de la corte. No quedaba casi margen para las libres activida­des agrícolas y comerciales, ya que el mastodóntico orga­nismo urbano estaba únicamente al servicio del gobierno y de la majestad divina del faraón. De Menfis, la capital nacida en el tercer milenio, no quedan más que pocas rui­nas, pero podermos forjarnos una idea de lo que debían de ser los barrios residenciales de los nobles, las plazas mo­numentales y el palacio-fortaleza del faraón, examinando atentamente las necrópolis que rodeaban a las Grandes Pi­rámides y el complejo monumental en torno a la Pirámide de Zoser.


De Akhetatón - la capital fundada por el "faraón hereje" Akhenatón - de efímera vida (algo más de veinte años), mucho nos sugieren las ruinas halladas en Tell el-Amarna. Aunque todavía no se haya sacado a la luz toda la ciudad, lo que se ha hallado de ella ha despertado un gran interés: en efecto, su trazado urbanístico se aparta del tradicional (es decir, reticular, en un cuadrado). La nueva ciudad se extiende libremente, como una larga faja paralela al Nilo.


En tiempos de Tutmosis III (1505-1450 a.C), la pobla­ción de Egipto sumaba siete millones de habitantes, y en el siglo V a.C. los centros poblados eran cerca de veinte mil. De todas estas ciudades y aldeas poca cosa ha queda­do, e incluso ciudades grandiosas como Tebas y Menfis han sido desmidas más por los hombres - sobre todo en los últimos siglos - que por el tiempo. Pero podemos todavía hallar la sugestión de vivir en los barrios más poblados y activos de las antiguas ciudades y aldeas, sea yendo a los barrios viejos de las ciudades orientales de hoy en día -que parecen casi detenidas en el tiempo - sea observando lo que pervive de las aldeas construidas para los artífices de las necrópolis. Muy interesante, desde este punto de vista, es el poblado que surge entre Akhetatón y su necró­polis, en Tell-el-Amarna.

Ciudad de Asuan

Ciudad de Asuan


La actual ciudad de Asuán está situada en el lugar en que se encontraba el antiguo mercado de la ciudad de Abu (que los Griegos nombraron Elefantina, o sea "isla de los elefantes"). En la antigüedad su nombre era Siene, capital del primer nomo del Alto Egipto. De sus numero­sas y ricas canteras se extraía la sienita, el granito rosado am­pliamente utilizado en la cons­trucción religiosa para labrar obeliscos, esculpir colosos o eri­gir templos. Las canteras eran todavía en actividad en época romana.

Fue a Siene que el poeta Juvenal fue enviado en exilio por el emperador Tiberio. Otra curiosidad de la región era la presen­cia de un pozo cuyas paredes, por la proximidad del trópico, estaban alumbradas por los rayos del sol un solo día del año: el del solsticio de verano.


La necrópolis, que cuenta con unas cuarenta tumbas del tercer milenio, está excavada en el cerro Tabet el-Haua ("cima de los vientos"), en la orilla occi­dental del Nilo. Para subirse a los hipogeos, pequeños templos funerarios en su mayor parte ornados de terrazas, columna­tas, puertas y ventanas, hay que pasar por escaleras angostas y empinadas. Las tumbas, situa­das unas en cima de otras, dan por tanto la impresión exacta de una ciudad rupestre. Numero­sos hipogeos fueron destruidos o incendiados por los Coptos cristianos, los que construyeron un monasterio fortificado en la cumbre del cerro. Pero este monasterio fue a su vez derri­bado durante una correría que hizo el ejército de Saladino. Es en este sitio que también se encuentra el célebre Mausoleo del Aga Khan, fallecido en 1957. También hay que hablar de la presa de Asuán, la "barrera con­tra el hambre de Egipto".


HISTORIA DE LA CIUDAD DE ASUAN


El proyecto fue estudiado por la U.R.S.S. La construcción empe­zó en el mes de Enero de 1960 y el 14 de Mayo de 1964 las aguas del Nilo fueron dirigidas al canal de derivación. La presa provocó la formación de un lago artifi­cial, el lago Nasser (500 kilóme­tros de largo con 157.000 millo­nes de metros cúbicos de agua, el segundo del mundo después del construido sobre el Zambese), resolviendo gran parte de los problemas de la economía egip­cia.


En efecto, el drama de Egipto podía resumirse en dos cifras: una superficie total de 900.000 kilómetros cuadrados con sólo 38.000 kilómetros cuadrados (vale decir poco más del 4%) cul­tivables. Con la presa no sólo se aumentaba la superficie cultiva­ble, sino que podía también lle­varse a efecto un programa de irrigación e incremento de la producción anual de electricidad. Esto sin embargo compor­taba la pérdida definitiva de todos los monumentos de inesti­mable valor histórico y artístico situados en el territorio cubierto por el lago, que habrían quedado sumergidos por las aguas. El mundo entero quedó real­mente sin aliento, en tanto que se cumplía una increíble opera­ción de salvamento.

Las mansiones de los nobles

Las mansiones de los nobles


La vivienda de los nobles y de las clases acomodadas era, normalmente, mucho más pequeña y menos rica en decoraciones que la mansión del faraón.


En las ricas ciudades del Delta, los armadores y los grandes comerciantes se habían construido viviendas prin­cipescas, mientras que en las ciudades del Alto Egipto las casas más hermosas pertenecían a los príncipes y a los funcionarios gubernativos.


Durante el tercer milenio antes de Cristo, la morada principesca de los vivos es muy similar a la morada prin­cipesca de los muertos: en efecto, las casas de los notables de la antigua Menfis, capital del Alto y del Bajo Egipto, eran muy similares a las "mastabas" que todavía hoy se ven en torno a las Grandes Tumbas de los faraones, en las necrópolis de Gizeh y de Sakkarah.


Estas mansiones presentaban el aspecto de un paralele­pípedo más o menos rectangular, de una sola planta y con una única entrada. Delante de ella, a veces, había un pe­queño jardín vallado. Un pequeño sendero conducía a la casa, situada algo más hacia atrás, con un pórtico delante­ro que en las casas más ricas tenía uno o dos pilares. El bloque paralelepípedo del edificio estaba "excavado" por numerosas habitaciones de diferente tamaño y por uno o dos patios a cielo abierto. Los cuartos no recibían luz y ai­re del exterior, sino de los patios y atrios del interior.

La distribución de los locales no seguía un esquema axial o simétrico, sino sencillamente una sucesión regula­da por las exigencias de la familia y por sus posibilidades económicas. Normalmente en el vestíbulo había un pequeño recinto que hacía las veces de portería; a la derecha se hallaba el ala de recibo, la sala donde se reunía la familia, el estudio y las habitaciones particulares del dueño de la casa, dispuestas en torno al peristilo del patio principal; a la izquierda se encontraban las habitaciones de los hijos, así como los locales privados de la dueña de casa, que dis­ponía de un patiecillo propio. Entremezclados: los distin­tos servicios, la cocina, la despensa, el almacén. Según el cargo del propietario, el ala de recibo tenía una salita en el fondo donde marido y mujer, sentados en dos pequeños tronos, recibían a los huéspedes y a sus sirvientes, y asis­tían a las fiestas. En un pozo-cisterna se recogía el agua, transportada por borricos o llevada por la servidumbre. Debajo de la cocina o de otras habitaciones de la casa ha­bía sótanos para conservar los víveres o depositar objetos y adornos.


Las mansiones de los nobles egipcios


En las postrimerías del 3000 a.C. y durante todo el mi­lenio sucesivo, estas mansiones adquieren cada vez mayor importancia y autonomía, tendiendo a imitar - aunque con mayor modestia - el Palacio del faraón. El número de ha­bitaciones aumenta y su distribución se vuelve más orde­nada y axial; el edificio se enriquece con columnas, si bien de madera pintada, en los atrios, en los pórticos y en el in­terior de las salas. El jardín adquiere mayor importancia y se le da tamaño considerable, adornándoselo con estan­ques, fuentes, pérgolas, árboles, flores, e incluso con ce­nadores.


En la ciudad de Akhetatón, al norte y al sur del centro -es decir, del Templo Máximo y del Palacio de Akhenatón - nacen dos pequeños suburbios formados por parcelas iguales y rectangulares, cada una de ellas con su villa y el correspondiente jardín: todas viviendas similares, nacidas ciertamente de un único proyecto tipo. Casas con habita­ciones pequeñas pero numerosas, dispuestas a veces en dos plantas; con atrios amenos, verandas y pórticos-balco­nes de madera. Casas pintadas con gran profusión, inclu­so en el techo y los pisos. Y jardines de modesto tamaño, pero todos con sus parterres llenos de flores, pajareras, pérgolas umbrosas, quioscos, laguitos y, en el exterior de la casa, la capillita dedicada a Atón-Ra.


Abandonada Akhetatón, las moradas de los nobles vuel­ven a descollar en torno a los palacios de Tebas y en las ri­quísimas ciudades del Delta. Cada vez más numerosas son las habitaciones destinadas al dueño de la casa y a su fa­milia: antecámaras, cuartos de baño, tocadores, salas des­tinadas a masajes y otras para los ungüentos aromáticos. La cama de los dueños de casa está protegida por un bal­daquín de pared doble para mantener el interior más fres­co. Un gran número de cuartos con aseo se destina al hués­ped. Cada miembro de la familia dispone de su propia ser­vidumbre y de habitaciones privadas.


No existían esclavos al servicio de las clases pudientes, y ni siquiera en la residencia del faraón. Los prisioneros de guerra labraban la tierra, que era patrimonio del Estado, y sólo a partir del 1500 a.C. se los entrega como recompen­sa a los oficiales del ejército, convirtiéndose en propiedad privada de los mismos. Sin embargo, al prisionero-esclavo no se lo trataba como animal de carga; al contrario, hubo casos como el de un rico barbero que, comprado un pri­sionero le enseñó su oficio, le otorgó en esposa a su sobri­na y, tras liberarlo de su yugo, le hizo partícipe de sus pro­pios bienes.