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La escritura jeroglifica

La escritura jeroglifica


La interpretación de la misteriosa escritura egipcia ha suscitado siempre un interés muy vivo. En 1799 Bouchard, un capitán del ejército francés, estaba dirigien­do las operaciones de fortificación del fuerte Saint-Julien, a poco más de cuatro kilómetros de la ciudad de Roseta, cuando de repente, excavando, los obreros hallaron una piedra que ha pasado a la historia de la arqueología como la "estela de Roseta", la que ha per­mitido descifrar la escritura jeroglífica.

A consecuencia de las vicisitudes históricas, la estela pasó más tarde a los ingleses, que hicieron de ella una de las piezas más importantes del British Museum. Se trata de una losa de basalto negro muy duro, sobre una cara de la cual está grabada una larga inscripción trilingüe, cuyos textos están sobrepuestos. De las tres ins­cripciones la primera, de catorce renglones, está graba­da en caracteres jeroglíficos; la segunda, de treinta y dos renglones, en caracteres demóticos (del griego "demos" que significa pueblo y designaba un tipo de escritura usada por el pueblo, contrariamente a la hierática, o sagrada, reservada a los sacerdotes y sabios). La tercera inscripción, de cincuenta y cuatro renglo­nes, está grabada en caracteres griegos y por tanto comprensibles.


Historia de la escritura jeroglifica


Una vez traducida esta última, resultó ser un decreto sacerdotal en honor de Ptolomeo Epífanes, que terminaba con la orden formal de que "este decreto, grabado en losa de piedra dura en tríplice es­critura jeroglífica, demótica y griega" fuera esculpido "en todos los más importantes templos de Egipto". El honor del desciframiento de los jeroglíficos les corres­ponde a dos eruditos: el inglés Thomas Young y el francés Francois Champollion. Ambos pusieron mano a la obra más o menos en el mismo período de tiempo y vieron sus esfuerzos coronados por el éxito. Sin em­bargo, es Champollion el que debe ser considerado, más que su rival, el verdadero descifrador de la escritu­ra jeroglífica. Lo que Young había más bien percibido por intuición, logró Champollion aclarar con método científico, tanto adelantándose en sus estudios que a su muerte, ocurrida en 1832, pudo dejar hasta una gra­mática y un diccionario.


¿En qué consiste, pues, esta escritura que los Griegos llamarán jeroglífica ("hieros", sagrado y "glyphein", grabar)? Los antiguos Egipcios llamaban sus textos es­critos "palabras de los dioses". En efecto, según la an­tigua tradición, la escritura había sido enseñada a los hombres directamente por el dios Thot durante el rei­nado terrenal de Osiris. Y la escritura mantuvo siem­pre, a través de los siglos, caracteres sagrados y hasta poderes mágicos. Al que sabía trazar aquellos trescientos signos de la escritura egipcia (cada uno de los cua­les indicaba un sonido o un objeto) se le tenía en muy alta consideración. Los nombres de los reyes y de las reinas estaban encerrados en los que los arqueólogos han llamado "cartuchos"; y fue justamente partiendo de los nombres de Cleopatra y Ptolomeo, grabados en su respectivo cartucho en la estela de Roseta, que Champollion dio comienzo a su largo trabajo de inter­pretación y lectura. Los antiguos Egipcios esculpían los jeroglíficos en la piedra de los templos o los pinta­ban en las paredes de las cámaras sepulcrales, o tam­bién los trazaban con plumas de junco en los rollos de papiro, el remoto antepasado de nuestro papel.


¿Qué es, pues, el papiro? Es una hierba perenne pare­cida al junco, cuyo tallo alcanza una altura de dos a cinco metros y termina con una inflorescencia en for­ma de sombrilla. La médula del tallo, blanca y espon­josa, era cortada en películas delgadas que se aplica­ban a una tabla, pegándolas en los bordes. A esta pri­mera capa se le agregaba luego otra en sentido perpendicular y el todo se mojaba y se hacía secar al sol. Resultaba así una hoja que se prensaba y raspaba para adelgazarla. Finalmente se pegaban las distintas hojas una a otra, resultando una tira única que se en­rollaba y sobre la cual se escribía en columnas verticales.

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